lunes, 3 de diciembre de 2012

RATDUCCIÓN


    

   La abducción fue un éxito, aunque no sé si estoy en otro planeta o en otra dimensión. Recuerdo que fui el primero y sucesivamente llegaron más. Observaba las ratas a orillas del Rin cuando me quedé dormido y mugriento en una fría noche de invierno, y desperté aseado en este piso jaula climatizado y con jardín, donde ellas me observan durante dos tercios del día. Yo les llamo doctor Blanco y doctora Lunar, dos ratas albinas gigantes que han desarrollado el pulgar prensil en sus cuartos delanteros y cuya principal diferencia es una mancha de vitíligo en el hocico de ella. 
     Aunque desperté sobresaltado, al principio fue agradable. Me alimentaban tres veces por jornada con frugalidad; carnes y frutos desconocidos, leche de dudosa procedencia; pero era más de lo que me ofrecía el invierno en la Tierra. Dos veces al día recogían mis heces sobre un cristal porta preparados para su microscopio. Por una vez, mi salud le importaba a alguien. Progresivamente fueron llegando abducidos a nuevos pisos jaula. Entonces cambió todo. La comida fue sustituida por un pienso que parece contener todos los nutrientes necesarios pero que produce horribles gases e irrita el colon. 
    Los experimentos se han ido multiplicando. Los primeros, a los que nos han estado inyectando virus y drogas, estamos débiles y perdemos pelo. Desarrollamos manchas y neoplasias como reacción a sus intervenciones. De vez en cuando muere alguno. No sabemos qué hacen con él, tal vez la disección... Observamos la lozanía de los recién llegados en el módulo de enfrente. Su juventud es su condena; les conectan electrodos, les cosen los ojos y los desamparan en el laberinto que separa los dos módulos en busca de comida. Los más prudentes mueren lentamente de cansancio e inanición. Otros con mejor suerte se revientan el cráneo a golpes contra la pared. 
       Un pequeño resto de grava de mi jardín me sirve para rayar este mensaje en el suelo bajo mi cama. ¡Huye! Yo estoy muriendo. Espero despertar una fría mañana de invierno a orillas del Rin.   

Un relato de Kostas Vidas.

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